¡Que se vaya lo malo, que venga lo bueno!
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Este año nuevo, como todos los años, hice un ritual para despedir al año viejo y bien venir al nuevo. Pero esta vez, o por lo menos así lo quiero creer, hice el ritual con mucha más convicción y mucho más deseo. El 2017 ha sido un año de mierda. De los peores. Y necesitaba asegurarme, o por lo menos intentar, que nada de él me persiga al 2018. Desde que tengo memoria siempre he hecho algún ritual de año nuevo: correr una vuelta a la manzana cargando una maleta para viajar el siguiente año, ponerme un calzón amarillo (normalmente comprado en el mercado más cercano) para la buena suerte, ponerme lentejas sin cocinar en los bolsillos (meses después siguen apareciendo lentejas) para la plata, comer 12 uvas a media noche (o atragantarse 12 uvas a la vez) no sé bien para qué... y todos siempre los he hecho con la mejor intención los mejores deseos para el siguiente año. Y bueno, también los he hecho porque son súper divertidos, especialmente con un par de tragos encima. Me acuer...