Zapatos para el funeral
Los últimos meses habían sido una mierda. Llenos de angustia, miedos y dolor. Mucho dolor. Había visto a su madre deteriorarse poco a poco. En menos de 6 meses pasó de ser una mujer inteligente, elegante, imponente, bien vestida, a ser casi una anciana, delgada, callada y siempre cansada. Cuando la enfermedad empezó a ganarla dejó de salir a la calle. Recibió visitas durante algunas semanas en la sala grande de la casa, con cafe y bocaditos. Pero rápidamente el cansancio era mayor. Dejó de arreglarse, de usar peluca y empezó recibir solo a familiares y amigos íntimos en el escritorio del segundo piso. Las últimas semanas no salió de su cuarto. Se pasaba las horas dormitando en el sillón reclinable arrullada por las conversaciones de las pocas visitas y por el ruido de las máquinas de hospital que la rodeaban.
El día del velorio comenzó muy temprano. Eran las 8 de la mañana y ya habían terminado la mayoría de coordinaciones: la iglesia, las lecturas, el ataúd, las flores, el anuncio en el periódico, la cremación, etc. Solo le faltaba a ella elegir el vestuario para el funeral. Se dirigió al cuarto con determinación. No se detendría a mirarla en la cama e iría directo al clóset. La detuvo por un momento la luz brillante que alumbraba el cuarto que había estado a casi a oscuras las últimas semanas. Pero se armó de valor, entro al clóset y cerro la puerta. ¿Qué se habría puesto ella? ¿Por donde empezar?
De pronto sintió un mareo que casi la tumba. Se apoyo contra la pared mientras su mente empezó a mostrarle imágenes, a llenarla de preguntas y dudas que no tenía como responder. "¿Necesitará ropa interior? ¿Sostén, calzón? Pero qué tonterías estoy pensando, no creo que necesite nada de eso en el más allá. ¿Aretes, collar? ¿Quizá debería pintarle las uñas?" Su madre siempre había sido una mujer tan elegante. "¿Qué color será apropiado? Quizá uno de esos chales de colores que tanto le gustaban." Se acerca a los chales y los abraza mientras que los huele y reconoce su olor. Cierra los ojos y la recuerda. "Respira Carolina" Se dice a si misma. "Esto no tiene por qué ser tan complicado! Y tampoco es tan importante, basta con que se vea bien..." Otra vez se pierde en sus pensamientos "yo quiero que se le vea hermosa, elegante, como era ella, como era ella antes de esta estúpida enfermedad". Finalmente cansada, escoge una blusa blanca, una chompa turquesa, un pantalón negro, un chal, correa, ropa interior y se lo da a las enfermeras para que la ayuden a cambiarla.
Los días del velorio pasaron como si ella no estuviera ahí. Saludó, agradeció, escuchó las historias de los amigos, hasta lloró un poquito. Pero la sensación que tenía era como si no estuviese del todo en el velorio de su mamá. No podía acordarse de los últimos meses, ni siquiera de la mañana anterior mientras que escogía la ropa. Como si estuviese con jetlag, pero con uno de meses. Ya en la última misa, antes de la cremación estaba tan cansada, tan triste, que su mente la dejó sentada en la butaca mientras se paseaba mirando a los invitados, las flores, las vitrinas de la iglesia.
Entonces suena una campana y su padre la agarra del brazo y la ayuda a pararse. Ve como la gente abraza a su familia en cámara lenta. Su hermano la jala hacia una puerta al lado del altar. "Hay que reconocer el cuerpo antes de la cremación" logra oír. Un pie, después del otro. Se acomoda la chompa. Siente frío. Aparece en una sala de techos altos con una mesa plateada en el centro donde está recostada su madre. Se acerca. Le impacta verla como si no la hubiera visto nunca así, anciana, delgada, cansada. Alguien hace preguntas y ella asiente, sí, ella es su madre. Voltea y se aleja hacia una puerta que se abre y llena la sala de luz. Por un momento no puede ver, se cubre los ojos, alguien la abraza.
En ese momento vuelve en sí y se acuerda de dónde está. Siente todo el dolor de los últimos meses, de los últimos días, pero también la invade una increíble risa. No lo puede creer. Piensa en ella y la imagina también riendo. Corre de vuelta a la sala anterior donde está echada su madre solo para comprobar, riéndose, que se olvidó de ponerle los zapatos. Esos negros de charol que tanto le gustaban. Ríe. "¿Te acuerdas del cuento que escribí cuando nos metimos en el taller de literatura? ¿Ese que cuenta como una hija se olvida de ponerle los zapatos a su mama el día de su velorio?" Como se rieron el día que lo leyó en voz alta en el taller, tanto como se rie ella ahora. Suspira y se despide por ultima vez.
Ya había sufrido demasiado como para tener que soportar esto. Ella nunca fue de las que sabían “lo que se tenía que hacer” y menos cuando de cuestiones sociales se trataba. Se sentó en la cama del cuarto vacío mirando hacia el clóset. Buscaba detenidamente algo para el funeral. No sabía qué escoger. La confundían los recuerdos de los últimos meses. Seis meses de angustia, de miedos, de dolor, de espera en los que vio a su madre reducirse hasta convertirse en nada. No podía pensar en lo que habría elegido su madre, una señora siempre arreglada, sofisticada. Miraba la ropa colgada y temblaba. Finalmente agarró un sastre azul, una blusa blanca, un chal, ropa interior y panties (aunque no estaba segura si las usaría). Había decidido vestirla toda, con aretes, pulsera, collar, maquillaje, como ella lo habría hecho.
El día del velorio comenzó muy temprano. Eran las 8 de la mañana y ya habían terminado la mayoría de coordinaciones: la iglesia, las lecturas, el ataúd, las flores, el anuncio en el periódico, la cremación, etc. Solo le faltaba a ella elegir el vestuario para el funeral. Se dirigió al cuarto con determinación. No se detendría a mirarla en la cama e iría directo al clóset. La detuvo por un momento la luz brillante que alumbraba el cuarto que había estado a casi a oscuras las últimas semanas. Pero se armó de valor, entro al clóset y cerro la puerta. ¿Qué se habría puesto ella? ¿Por donde empezar?
De pronto sintió un mareo que casi la tumba. Se apoyo contra la pared mientras su mente empezó a mostrarle imágenes, a llenarla de preguntas y dudas que no tenía como responder. "¿Necesitará ropa interior? ¿Sostén, calzón? Pero qué tonterías estoy pensando, no creo que necesite nada de eso en el más allá. ¿Aretes, collar? ¿Quizá debería pintarle las uñas?" Su madre siempre había sido una mujer tan elegante. "¿Qué color será apropiado? Quizá uno de esos chales de colores que tanto le gustaban." Se acerca a los chales y los abraza mientras que los huele y reconoce su olor. Cierra los ojos y la recuerda. "Respira Carolina" Se dice a si misma. "Esto no tiene por qué ser tan complicado! Y tampoco es tan importante, basta con que se vea bien..." Otra vez se pierde en sus pensamientos "yo quiero que se le vea hermosa, elegante, como era ella, como era ella antes de esta estúpida enfermedad". Finalmente cansada, escoge una blusa blanca, una chompa turquesa, un pantalón negro, un chal, correa, ropa interior y se lo da a las enfermeras para que la ayuden a cambiarla.
Los días del velorio pasaron como si ella no estuviera ahí. Saludó, agradeció, escuchó las historias de los amigos, hasta lloró un poquito. Pero la sensación que tenía era como si no estuviese del todo en el velorio de su mamá. No podía acordarse de los últimos meses, ni siquiera de la mañana anterior mientras que escogía la ropa. Como si estuviese con jetlag, pero con uno de meses. Ya en la última misa, antes de la cremación estaba tan cansada, tan triste, que su mente la dejó sentada en la butaca mientras se paseaba mirando a los invitados, las flores, las vitrinas de la iglesia.
Entonces suena una campana y su padre la agarra del brazo y la ayuda a pararse. Ve como la gente abraza a su familia en cámara lenta. Su hermano la jala hacia una puerta al lado del altar. "Hay que reconocer el cuerpo antes de la cremación" logra oír. Un pie, después del otro. Se acomoda la chompa. Siente frío. Aparece en una sala de techos altos con una mesa plateada en el centro donde está recostada su madre. Se acerca. Le impacta verla como si no la hubiera visto nunca así, anciana, delgada, cansada. Alguien hace preguntas y ella asiente, sí, ella es su madre. Voltea y se aleja hacia una puerta que se abre y llena la sala de luz. Por un momento no puede ver, se cubre los ojos, alguien la abraza.
En ese momento vuelve en sí y se acuerda de dónde está. Siente todo el dolor de los últimos meses, de los últimos días, pero también la invade una increíble risa. No lo puede creer. Piensa en ella y la imagina también riendo. Corre de vuelta a la sala anterior donde está echada su madre solo para comprobar, riéndose, que se olvidó de ponerle los zapatos. Esos negros de charol que tanto le gustaban. Ríe. "¿Te acuerdas del cuento que escribí cuando nos metimos en el taller de literatura? ¿Ese que cuenta como una hija se olvida de ponerle los zapatos a su mama el día de su velorio?" Como se rieron el día que lo leyó en voz alta en el taller, tanto como se rie ella ahora. Suspira y se despide por ultima vez.
Zapatos.
Primera version 2005.
La mañana se pasó desapercibida. Hablo con la funeraria, con el crematorio, con el cura, compro flores, recogió a las tías abuelas, vistio y dio de comer a sus hijos. Durante el velorio se encargo de saludar a todos los visitantes, sentó en las sillas de la iglesia y saludó a todas las tías, amigos y desconocidos. Estaba tranquila, había hecho las cosas bien, su madre habría estado orgullosa. El día siguió pasando como si ella estuviera en off; inmóvil, sólo estando, sin escuchar ni pensar. A veces se sentía tan ida que tenía que respirar fuerte para probarse que seguía despierta. Ya en el cementerio, no había más que hacer, tan sólo esperar a que todo termine. El cajón bajaba lentamente acompañado por los rezos del cura, todos los familiares, amigos estaban tranquilos... De pronto en un segundo, todo se detuvo, le temblaron los pies y las manos, miró desesperada de un lado al otro y se lanzó con lágrimas hacia el ataúd. Fue todo tan rápido que nadie atinó a cogerla. Adriana estaba en shock, gritando frases sin sentido, temblando.
Gritó y Gritó porque su cuerpo se lo pedía. Era demasiado como para tener que soportar esto. Estaba aturdida, confundida. En un segundo los últimos seis meses pasaron por su cabeza: se veía caminando hacia la casa de su madre un día cualquiera para almorzar, luego veía los hospitales, las enfermeras, la cama y las largas tardes de espera, los últimos días sentada en el sillón leyendo, tejiendo, matando el rato, esperando. No podía creer lo que le estaba pasando, se veía sentada en la cama del cuarto vacío, buscando la ropa para el funeral, tratando de hacer, aunque sea por una vez, todo perfecto para su madre. Era todo muy fuerte. Adriana tirada en el jardín del cementerio, temblando ante los ojos atónitos de los demás se sintió morir: “Los zapatos, no tiene puestos los zapatos, esos de punta que tanto le gustaban, negros y de tacones altos, paren, me olvide de ponerle los zapatos”.
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